
La posibilidad de que alguno de sus tres hijos desaparecidos esté con vida mantiene firme en su mente. ¿En manos de quién están? ¿Y si ya los mataron? son sus interrogantes permanentes. La madre de los pequeños también vive su angustia. María Choloquinga se niega a alimentarse. Sus primas deben obligarla a que pruebe bocado.
El 20 de agosto pasado, Jordan, de 3 años, Néstor Paúl, de 5, y Juanita, de 7, desaparecieron del interior de su casa, en la Nueva Aurora, en el sur de Quito, la mujer no para de llorar y, con frases en quichua, ruega por ellos.
La noche del jueves pasado, mientras la familia Logro se mudaba a la casa que les entregó el Gobierno en San José de Guamaní, la llamada del agente encargado de la investigación volvió a angustiarles. Se habían encontrado partes de una segunda osamenta en un terreno baldío en Quitumbe, en el sur de la capital.
Un cráneo, dos costillas, una tibia y peroné era las partes encontradas del cuerpo de un niño de unos cinco años. El médico forense que examinó los huesos dijo que era prematuro determinar si se trataba de uno de los niños Logro.
A las 19:00 de ese día, Jorge llamó a su primo Segundo Logro, que vive cerca del terreno baldío donde se encontraron los restos humanos y le pidió que los reconozca. “¿La ropa, cómo era la ropa que encontraron?”, fue lo primero que le había preguntado Jorge a su familiar. Le dijo que, al parecer, eran iguales a las que llevaba Néstor el día que desapareciera: una camiseta a rayas y un pantalón gris.
Tenían manchas rojas, parecían de sangre. Al día siguiente, pasadas las 10:00, un perro adiestrado en la búsqueda de osamentas humanas encontró unas zapatillas de lona. Néstor habría usado unas similares cuando se perdió. Al enterarse María Choloquinga lloró de nuevo, como si presintiera que se tratara de uno de sus hijos. Exactamente la misma reacción tuvo cuando la Policía le mostró las botas de caucho negras que se hallaron junto a la osamenta de un niño de tres años. Era el 3 de octubre pasado.
El agente de Criminalística colocaba en su mano, protegida con un guante de látex azul, el par de botas enlodadas. Tal vez, eso era todo lo que quedaba de Jordan. Esa primera osamenta estaba en una quebrada de Quitumbe, a menos de dos kilómetros de donde dos semanas después se encontraría el segundo niño.
Aunque los agentes les explicaron que debían esperar un examen de laboratorio, una prueba genética que compare el ADN, los esposos Logro reclamaban por qué los mataron. “Si a un perro uno tiene compasión más para un niño”, dijo entre lágrimas Jorge, mientras media docena de cámaras de televisión lo enfocaba. Contó que Jordan no sabía hablar, “lo único que decía era mami y papi”.
Tres semanas más tarde, la preocupación de los padres se enfocó en darle sepultura a su hijo. La mañana del 24 de octubre, cuando ellos recorrían Latacunga (Cotopaxi) tratando de obtener las partidas de nacimientos de sus hijos, el ministro del Interior, José Serrano, anunció que ya estaban listos los resultados de ADN y que los restos de esa osamenta coincidían con el perfil genético de los Logro.
Mediante una llamada por celular, Jorge aseguró a este Diario que regresaría esa misma tarde para que le entreguen los restos. Pero en la noche dijo, más tranquilo, que él no sabía nada de los resultados y que iba a esperar el consejo de los agentes.
En los 74 días de búsqueda de los niños, la familia ha llorado en cada hallazgo de las osamentas, porque creen son sus hijos. Pero solo ha podido enterrar a Juanita. La sepultaron en su natal Saquisilí, en una caja de madera blanca que jamás abrieron por el avanzado estado de descomposición del cuerpo. La noche que la velaron, el 9 de septiembre pasado, una alfombra prestada se colocó sobre el patio de tierra de la casa de su tío. Alrededor del féretro, un centenar de parientes pidieron por ella.
Toda esa madrugada llegaron camiones repletos de allegados. “Para qué los tuve si iban a quitármelos así”, decía la madre. Juanita fue la primera en ser encontrada. La habían asesinada y también sufrió abuso sexual. Esa noche, el personal de Medicina Legal les entregó el cuerpo en una funda negra. Les pidió que no abrieran la envultura. En esa ocasión, la madre casi se desmaya. Su prima y su cuñada la sostenían mientras se maldecía a sí mismo por no haberla encontrado con vida.
“Mamá te buscó mi hijita, pero no te pudo encontrar… Dónde quedaron tus hermanitos”, repetía una y otra vez en quichua. Entonces habían pasado tres semanas sin noticias de los pequeños. La familia Logro Choloquinga había empapelado las paredes, plazas, paradas de bus y postes del sector sur de la capital.
En esas primeras semanas, recibieron un mensaje de texto al celular que indicaban los afiches. Un desconocido solicitaba USD 1 millón de recompensa por los niños. “Nos dieron el plazo de 24 horas”, comentó el padre. La transacción debía hacerse en el parque Las Cuadras, junto al lugar donde un mes después se encontraría la primera osamenta. Jorge dijo que era una “cifra ridícula”.
Semejante monto era imposible cubrir para un hombre como él: un albañil que ganaba USD 80 a la semana y que en ese momento había abandonado el trabajo para recorrer hospitales, quebradas, parques, casas hogar en busca de sus hijos. Un segundo rastro de sus hijos también fue falso. Una mujer les envió un mensaje de texto a su celular. En este le pedía USD 250 por los tres.
Tras ser detenida en Santo Domingo de los Tsáchilas, la sospechosa dijo que lo hizo porque necesitaba el dinero para comprar medicinas. Ahora guarda prisión. La noche que velaron a Juanita, una de sus primas, dos años mayor a ella, acariciaba un conejo blanco. Este y una muñeca de trapo eran los únicos juguetes de la niña.
“Se lo regalé hace dos semanas, cuando vino a pasar vacaciones”, comentó la prima. La niña junto con su madre y cinco hermanos habían llegado a Quito desde Saquisilí, en Cotopaxi, hace dos semanas. Iba a pasar vacaciones junto a su padre. Juanita estaba contenta, estrenaba unos zapatos de cuero negro para la escuela. Cuando encontraron su cuerpo, en la caja de cartón donde la escondieron, guardaron también sus zapatos.
En medio de la incertidumbre y angustia, cada pista que recibe la familia Logro les acerca a la verdad. Quieren saber qué pasó con sus hijos, por qué se los llevaron y desaparecieron. Ni los padres ni la Policía ni Fiscalía han logrado determinar quién pudo hacerle daño a Juanita y qué mismo pasó con sus dos hermanos menores. Los Logro Choloquinga lo único que repiten con insistencia es que los quieren de vuelta, aunque sea solo sus cuerpos.
Este contenido ha sido publicado originalmente por Diario EL COMERCIO
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